Si crees que la vida en familia que tienes ahora, la tendrás para siempre, tal vez debas prestar atención a los días comunes, esos que comienzan con cereales y terminan viendo películas.
Entre ellos están los días en que mis hijos Andrea y Ricard juegan con Ura y Lagún, nuestros perros, comen cochinadas poco nutritivas, y se pelean a gritos entre ellos…, y con nosotros. Locuras en nuestra cama saltando y gritando…, eso… con 19 y 22 años…
Cuando Ricard lloró en la puerta del supermecado por un huevo kinder, pensé que siempre lloraría al separarse de mí…, hoy está en Vietnam con Ari y no creo que se acuerde mucho (afortunadamente)… C’est la vie.
Antes los problemas nos parecían enormes; las alergias, el partido perdido, peces y hamsters que morían uno tras otro. Pero en general, el mundo en que vivíamos y la familia que construimos, hizo sentir que la infancia era sólida y duradera.
Lo más bello de esa etapa fue mecerlos en mi regazo, tanto a Ricard como a Andrea, aunque ella no se dejase con frecuencia…y eso que siempre te decían: “Las niñas son más del padre”: Ja,ja, ja…, ¡¡com t’estimo Andrea!! ,oliendo a talco y a cabello recién lavado. El beso y el cuento antes de dormir. Dejarlos en su habitación por tan poquito tiempo, por que siempre amanecían en la nuestra.
Todas las etapas llegan a su fin. La pelota deja de volar por el jardín. Los juegos de mesa se llenan de polvo, la puerta de sus habitaciones siempre abierta de pronto un día: se cierra. Un día al cruzar la calle estiras tu brazo para alcanzar sus manitas y ellos caminan un par de pasos atrás, pretendiendo no conocerte, ensimismados en su mundo.
Has entrado a un nuevo territorio llamado adolescencia. Tus hijos se ha transformado en personitas jorobadas sobre una computadora o sobre un Smartphone. Te preguntas si lo estás haciendo bien, pues ya no hay marcha atrás.
Las advertencias y consecuencias ya no funcionan. Las charlas de sobremesa se dilatan cada día más en el tiempo. Haces lo que puedes y como puedes. Tratas de no hacer muchas preguntas. Tratas de obtener todas las respuestas. Te asomas por la terraza a ver la fiesta que tienen organizada con sus amig@s junto a la piscina (¡cómo me gusta que así sea!). Aprendes a mandar whats con textos como los suyos…, incluso con alguna falta de ortografía: ¡Horror!!!. Tus noches de sueño ahora son noches de alerta. Te haces experto en leer entre líneas, en interpretar miradas, en determinar olores.
Ahora Ricard y Andrea no necesitan que les preparemos la leche, ni que les subas la cremellera de la chaqueta: necesitan tu confianza.
Te recuerdas a ti mismo, que habrá que dejarlos ir y practicas el arte de vivir el presente. Saboreas cada minuto que tienes, aquí y ahora, cenando con tu familia y diciendo buenas noches en persona. Das el beso en la mejilla, aunque parezca que ya no les gusta.
No podemos cambiar el crecimiento de nuestros hijos, pero podemos cambiar nuestra actitud ante ello, en vez de decir lo que deberían corregir, piensas en lo superado y logrado por cada uno, por que en cualquier momento vas a estar abrazando a tu pequeño de más 1.80 metros de estatura y a tu pequeña mujercita y lo harás de puntitas para decirle al oído que lo extrañarás mientras hace su Erasmus en Río de Janeiro o Estocolmo.
La casa tiene una nueva clase de silencio. Nadie te pide que lo lleves a ningún lado.
Entonces miro a Marga, sentada en el sofá, que de pronto se hubiese hecho muy grande para dos…, de no ser porque Lagún y Ura lo ocupan… y nos preguntamos: ¿cómo es que todo pasó tan de prisa?.
Me apasionan las fotografía, es más aburro a mi familia fotografiándoles y sin embargo los recuerdos que más deseo atesorar; los que desearía volver a vivir, son los momentos que nunca pensé en fotografiar.
Tal vez ,preparando la maleta para mi viaje de un mes a Latam: Argentina, Brasil, Perú, Uruguay, disfrutando de mi trabajo, me entra añoranza…